Cuando uno es esclavo de sus palabras y dueño de sus silencios, se
expone con su oratoria a que los locuaces sermones que pronuncia en sus
homilías, le persigan de por vida.
Hete aquí que Juan Antonio Reig, pontífice de la diócesis de Alcalá de
Henares, y por tanto un alto representante de la jerarquía eclesiástica, consciente
de la gran difusión que iba a tener su discurso televisado del pasado Viernes
Santo, y enarbolando la bandera de la iglesia católica, habló de lo divino y de
lo ajeno, sobre todo de lo ajeno, en su acepción de “impropio o que no le
corresponde”.
Tengo entendido que la conferencia Episcopal
tiene un problema en hallar personas con vocación, dispuestas a convertirse en
sacerdotes, y ha encontrado con la crisis económica un filón para reclutar
adeptos, prometiendo un "trabajo para toda
la vida" y "formar parte de un proyecto
inolvidable". Sin duda, la conferencia Episcopal se adapta a los tiempos que
corren y utiliza herramientas de marketing para sus fines. Sin embargo, hay discursos que se han quedado anclados en
la historia, convirtiéndose en cadáveres vivientes que poco o nada sintonizan
con la sociedad actual, y el del obispo de Alcalá es uno de ellos.
En mi humilde opinión, considero que un púlpito no debería proporcionar
el derecho moral de intentar aleccionar a una sociedad contra los “homosexuales enfermos” y “el aborto por capricho”, según calificó
el Prelado.
Juan Antonio, tus palabras me resultan tan anacrónicas como aquellas
que pronunció un empleado de la compañía que construyó el malogrado trasatlántico
cuando dijo aquello que “ni Dios podría
hundir el Titanic”.