19 de enero de 2015

Luminarias de San Bartolomé de Pinares (Avila)

El pasado 16 de Enero se dieron cita en San Bartolomé de Pinares alrededor de 120 caballos con sus correspondientes jinetes. Es la fiesta de San Antonio Abad y van a celebrar un ritual cuyos orígenes se remontan a la Edad Media.

Lo primero que sorprende a uno cuando llega a esta pequeña localidad abulense es la gran cantidad de fotógrafos y medios de comunicación que atrae esta tradición, pudiendo calcular que nos encontrábamos allí dos fotógrafos por cada caballo, incluyendo reporteros venidos de país del sol naciente.

Es invierno y hace frío, mucho frío, pero tras el encendido de varias hogueras con pacas de retama, cuyo acopio han realizado los vecinos de la localidad con el fin de cumplir un año más el ritual de purificación de sus caballos y algún que otro burro, y cogiendo posiciones al lado de una de ellas, la sensación térmica cambia drásticamente.

El cura se encarga de bendecir a los caballos congregados en la plaza del ayuntamiento. Se acercan las nueve de la noche y los équidos procesionan por dos vías paralelas, junto a los fuegos. La impaciencia por el comienzo de la fiesta de apacigua con un buen trago de limonada que generosamente nos ofrecen, a la par que nos aconsejan mucho cuidado en la posición que adoptamos junto a la hoguera, con el fin de evitar ser arrollados por algún caballo cegado por el humo a la salida del fuego.

Humo, mucho humo, pero que mucho. Un humo que impregna piel, cabellos, ropa y equipo fotográfico, que a día de hoy continua en la mochila y mi cámara, como queriéndome revivir aquellos momentos.

El reloj marca las 22 horas y el rito comienza. Una tras otro, los caballos saltan las hogueras caminando sobre la ardiente retama, cuyas pequeñas brasas, hacen saltar cientos de pavesas que vuelan sin control, obligándonos a taparnos la cara y sacudir nuestra ropa al haber afincado las pavesas en ella.

Nuestra cámara intenta captar las espectaculares imágenes que nuestra retina aprecia, mientras que el humo se encarga de purificar a los caballos y ahuyentar a los malos espíritus.
  
Tras un buen rato permaneciendo en la hoguera elegida, es momento de cambiar de fuego y me dirijo a la última de la calle, la más grande quizás. Me ubico en una posición elevada subiéndome a las enormes pacas de retama, y una vez cogida la estabilidad necesaria, apunto y disparo intentando captar el espíritu de esta centenaria tradición.

Aquí comparto lugar con buenos fotógrafos y buena gente, lo cual es siempre de agradecer.


El reloj marca las 23 horas y el festejo toca a su fin. Es hora de aprovechar las brasas para que las parrillas acojan chuletas, chorizos y morcilla. Nosotros ponemos términos a esta jornada y ponemos rumbo a Madrid, con la ilusión de ver descargar nuestra tarjeta CF y visualizar esas imágenes que tanto nos han impactado. Y digo yo…. pues habrá que repetir el año que viene, ¿no?