El pasado 16 de Enero se dieron cita en San Bartolomé de Pinares
alrededor de 120 caballos con sus correspondientes jinetes. Es la fiesta de San
Antonio Abad y van a celebrar un ritual cuyos orígenes se remontan a la Edad
Media.
Lo primero que sorprende a uno cuando llega a esta pequeña localidad
abulense es la gran cantidad de fotógrafos y medios de comunicación que atrae
esta tradición, pudiendo calcular que nos encontrábamos allí dos fotógrafos por
cada caballo, incluyendo reporteros venidos de país del sol naciente.
Es invierno y hace frío, mucho frío, pero tras el encendido de varias
hogueras con pacas de retama, cuyo acopio han realizado los vecinos de la
localidad con el fin de cumplir un año más el ritual de purificación de sus
caballos y algún que otro burro, y cogiendo posiciones al lado de una de ellas,
la sensación térmica cambia drásticamente.
El cura se encarga de bendecir a los caballos congregados en la plaza
del ayuntamiento. Se acercan las nueve de la noche y los équidos procesionan
por dos vías paralelas, junto a los fuegos. La impaciencia por el comienzo de
la fiesta de apacigua con un buen trago de limonada que generosamente nos
ofrecen, a la par que nos aconsejan mucho cuidado en la posición que adoptamos
junto a la hoguera, con el fin de evitar ser arrollados por algún caballo
cegado por el humo a la salida del fuego.
Humo, mucho humo, pero que mucho. Un humo que impregna piel, cabellos,
ropa y equipo fotográfico, que a día de hoy continua en la mochila y mi cámara,
como queriéndome revivir aquellos momentos.
El reloj marca las 22 horas y el rito comienza. Una tras otro, los
caballos saltan las hogueras caminando sobre la ardiente retama, cuyas pequeñas
brasas, hacen saltar cientos de pavesas que vuelan sin control, obligándonos a
taparnos la cara y sacudir nuestra ropa al haber afincado las pavesas en ella.
Nuestra cámara intenta captar las espectaculares imágenes que nuestra
retina aprecia, mientras que el humo se encarga de purificar a los caballos y
ahuyentar a los malos espíritus.
Tras un buen rato permaneciendo en la hoguera elegida, es momento de
cambiar de fuego y me dirijo a la última de la calle, la más grande quizás. Me
ubico en una posición elevada subiéndome a las enormes pacas de retama, y una
vez cogida la estabilidad necesaria, apunto y disparo intentando captar el
espíritu de esta centenaria tradición.
Aquí comparto lugar con buenos fotógrafos y buena gente, lo cual es
siempre de agradecer.
El reloj marca las 23 horas y el festejo toca a su fin. Es hora de
aprovechar las brasas para que las parrillas acojan chuletas, chorizos y
morcilla. Nosotros ponemos términos a esta jornada y ponemos rumbo a Madrid,
con la ilusión de ver descargar nuestra tarjeta CF y visualizar esas imágenes
que tanto nos han impactado. Y digo yo…. pues habrá que repetir el año que
viene, ¿no?