5 de mayo de 2015

Cucurrumachos de Navalosa (Ávila)

El domingo denominado “gordo”  se celebra en Navalosa uno de los carnavales más auténticos de la provincia de Ávila, enmarcado en las mascaradas de invierno.

Se trata de los Cucurrumachos, tradición de origen indeterminado que bien podría considerarse un rito de exaltación ganadera.

La fiesta tiene dos partes bien diferenciadas, siendo los protagonistas de la mañana los quintos nuevos para dejar paso  por la tarde a los fantasmagóricos cucurrumachos, quintos viejos de la localidad.

La mañana comienza temprano para los cinco quintos que en 2015 cumplen su mayoría de edad: Víctor, Jesús, Daniel, Diego y Miriam. Es su día y van ataviados elegantemente con traje negro, sombrero, pañuelos bordados, guantes blancos, cintas, escarapelas y un bastón.

Van recorriendo las angostas calles de Navalosa, a cuyas casas de granito berroqueño llaman para que los lugareños amablemente les obsequien con alimentos de todo tipo, sobre todo huevos, muchos huevos como marca la tradición y donativos pecuniarios. Este año recaudarán 1.022 €, doscientos euros menos que en 2014.

Los Hoyancanos son generosos y las viandas, dulces, conservas y bebidas que proporcionan a los engalanados quintos, se van depositando en las alforjas del burro que les acompaña y darán buena cuenta de ellas en la comida vecinal que comunalmente degustarán.  

 Dos lugareños ataviados con mantas acompañan a los quintos y haciendo  sonar los cencerros que portan en sus cinturas, alertan a los vecinos de su presencia, ante lo cual, abren las cancelas de sus puertas para agasajar debidamente al quinteto.

Va transcurriendo la mañana y se hace una pausa en el bar de la carretera para reponer energía en forma de malta fermentada. Tras ello, continuamos el camino por senderos que nos conducen a amplias casas parceladas, donde continúa la dación. Se va acercando la hora de comer, y un servidor es invitado por el grupo a compartir pábulo. Agradecido, declino el convite; estoy realmente molido –quizás el madrugón que me he marcado y la marcha matinal  ha hecho estragos- y necesito descansar.

La tarde nos brinda un festejo diferente. Es como si participáramos de una tradición completamente nueva. Son las cuatro y media p.m. y es la hora de los cucurrumachos, vecinos que van saliendo de garajes y casas disfrazados con máscaras de madera con pelo de crines y colas de caballo. Son unos seres realmente horripilantes, que portan mantas pingueras y harapos; apenas se les ve la cara y en la testuz portan una generosa cornamenta.

Junto a la fuente, bailan al son de los cencerros que cuelgan de sus cinturas y para hacer honor a sus malévolas intenciones, lanzan paja a toda persona que está a su alcance.

Entonces, se dirigen a la plaza del ayuntamiento donde coincidirán con los quintos nuevos. Allí, unos y otros danzan alrededor del Mayo, no dejando los fantasmales seres de arrojar el heno a las serranas allí congregadas.  

Desde el balcón del ayuntamiento, se cantan coplas, se narra el ancestral rito  que se interpreta  y se informa del recuento de las donaciones recogidas.

Para finalizar, un par de disparos simulados dan muerte al vaquilla, representada por uno de los quintos, quien, tras recibir el plomo, cae fulminado ante el Mayo.

Muerto el vaquilla empieza el baile amenizado por dulzainas. Los más viejos del lugar rememoran sus años mozos y esgrimen la mejor de su sonrisa, añorando aquel tiempo  en que ellos fueron los protagonistas de la historia.


La Sierra de Gredos ha escenificado la sempiterna lucha entre el bien y el mal y nosotros nos despedimos de los que han sido nuestros acólitos en esta jornada que siempre permanecerá en mi memoria.