¿Cómo se vería el famoso retrato de la niña afgana de Steve McCurry si lo alteramos en un proceso de edición para embellecerlo?
Existe un amplio debate acerca de los límites de la edición fotográfica (no me gusta llamarlo retoque pues considero que esa acepción lleva implícita un significado despectivo)
No es un debate nuevo ni surge con la aparición de la fotografía digital, dado que con la fotografía química igualmente se alteraba en el laboratorio la imagen con el fin de hacer más atractiva la fotografía o de alterar la misma suprimiendo o añadiendo elementos en la imagen.
La actual edición por zonas tiene su equivalente en la fotografía química, en el uso que se hacía de las máscaras para dar un tiempo de exposición distinto a diferentes zonas de la imagen a la hora de positivarla, de forma que las subexponíamos o sobreexponíamos en base a nuestro criterio personal, hecho que los puristas no aceptaban.
Algunos fotógrafos de la era pre-digital también consideraban que el simple hecho de recomponer la composición de una imagen captada en un negativo de haluros de plata, era una manipulación inaceptable.
Bien es cierto que el desarrollo tecnológico de la fotografía digital ha facilitado las técnicas de edición y ha provocado en muchos casos una edición excesiva que poco o nada tiene que ver con la imagen que vio nuestra retina en la captura.
Pero no se puede medir toda obra por el mismo rasero, dado que una fotografía considerada “artística” tiene todo el derecho, y yo diría que la obligación, de utilizar aquellas herramientas digitales que el autor considere para expresar en su obra el mensaje que quiere transmitir.
No olvidemos que una imagen debe intentar transmitir algún sentimiento y si el espectador posicionado ante ella se queda indiferente, esa fotografía, en mi opinión, no es buena.
Al contrario, un fotógrafo documental o fotoperiodista tiene que ceñirse a la realidad de la escena que existía cuando apretó el obturador de su cámara y bajo ningún concepto debería alterar ningún elemento de su toma ni realizar una edición que no se corresponda con la luminosidad, contraste o color real de la escena.
Esta misma semana hemos tenido noticia de dos hechos relacionados son el asunto en cuestión. El primero de ellos es la descalificación por parte del certamen mundial de fotoperiodismo más prestigioso, World Press Photo, del 20% de las fotografías finalistas, debido a un exceso en la edición que realizaron. Ya el año pasado, el jurado de este certamen tomó cartas en esta materia tras una amplia polémica sobre la concesión del primer premio a una imagen que muchos consideraron que tenía un exceso de edición no tolerable.
El segundo caso es la filtración involuntaria de una foto de la modelo Cindy Crawford, tomada en 2013, en lencería y sin Photoshop, la cual se convirtió rápidamente en viral. Esta imagen no se debía haber publicado sin editar, pero nadie sabe cómo, se filtró en bruto y avivó la polémica acerca del límite que debe ponerse a la edición digital.
Y ahora, dicho esto, me ha parecido interesante realizar tomarme una licencia con el que es, sin duda, el retrato fotográfico más famoso de la historia … ¿Cómo se vería la niña afgana de Steve McCurry si lo alteramos en un proceso de edición para embellecerlo?
Quiero manifestar mi más absoluto respeto por la imagen del Steve McCurry, del que considero, el mayor exponente contemporáneo de la fotografía y sin duda, mi autor favorito.
He intentado sólo realizar un ejercicio visual con el fin de mostrar el resultado de aplicar técnicas habituales de edición digital en un fotografía analógica, tomada en 1984, con Kodachrome 64 y una Nikon FM2, en el campo de refugiados de Nasir Bagh, durante la guerra de Afganistán.
Y éste es el resultado.
© Steve McCurry. Foto original (a la izquierda)
Ejercicio de Edición digital realizado por Raúl Barbero (a la derecha)
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© Steve McCurry. Imagen original (a la izquierda). Edición digital de la imagen por Raúl Barbero (a la derecha) |