30 de septiembre de 2019

LA HISTORIA DE UNA FOTO EN UNA FAENA MEMORABLE

Llevaba tiempo queriendo hacer esta fotografía, y la planificación de la toma estaba condicionada por varios factores que ayer se dieron.
Por un lado requería de que se colgara el cartel de “No hay billetes” y la expectación del mano a mano ayer en Las Ventas condujo a los aficionados a no dejar ni un asiento libre.
De otra parte, buscaba una luz uniforme para que mi sensor fuera capaz de captar en todo el rango dinámico de la escena.
En este sentido tenía que ser una tarde nublada o bien, realizar la toma cuando el sol no iluminara parte de la plaza, y aunque podría haber realizado la fotografía en condiciones donde el sol aún iluminara parte de las gradas, ello me hubiera obligado a realizar dos ediciones distintas, -una para las luces y otra para las sombras-, combinando en capas posteriormente ambas.
Y un tercer condicionante que buscaba es que el cielo tuviera aún luz natural, y no fuera de noche.
Ayer se alinearon los astros y me decidí a realizarla.Y aunque todo parecía estar bajo control, hubo un aspecto que no tuve en cuenta, y ese fue el tiempo que me llevó desplazarme entre toro y toro desde la barrera del 9 donde me encontraba hasta la andanada del 7 que fue donde disparé la imagen.
Tras la muerte del cuarto toro, me dirigí corriendo hacia una andanada; cualquiera de ellas me valía y me era indistinta y al salir del vomitorio del 9 giré a mano derecha para buscar la primera escalera que subiera al piso superior y de éste buscar las escaleras que me permitieran subir hasta la zona más alta del coso y acceder a las andanadas.
Pues bien, creo que elegí el camino más largo y di más de tres cuartos de vuelta de plaza. Tenía que correr, dado que el tiempo de acceso a la plaza está limitado entre la muerte de un toro y la salida del siguiente.
Es en estas circunstancias es cuando te das cuenta que uno necesita realizar más ejercicio, pues llegué a la meta con los pulmones entre mis manos, la lengua acariciando las baldosas venteñas y sin que mis piernas respondieran a mis estímulos mentales.
Por momentos mi persona era uno de estos corredores que intentan batir el récord de subida a un rascacielos, sin haber realizado los deberes previos de entrenamiento.
Cuando por fin logro alcanzar la meta, mi gozo se convierte en un pozo, ya que al dirigirme a entrar a la andanada, ya habían cerrado las puertas. Viéndome el celador me inquirió indicándome que ya no se podía acceder a las gradas, pero cómo de apurado me vería esta persona que celosamente custodiaba el postigo, y cual sería mi semblante, que ante mi petición rogatoria de ayuda, accedió a mi solicitud y amablemente pude franquear el paso.
Una vez dentro, impresionado por la vista a mi alcance, aprecié como ya había transcurrido el primer tercio de la lidia del “no hay quinto malo”, y como si de un presagio se tratara, Perera y el de Núñez del Cuvillo hicieron honor a la expresión y realizaron una faena que perdurará en la memoria de los aficionados.
Esta, que acabo de narrar, es la historia que se esconde tras esta fotografía.

19 de septiembre de 2019

Encierro campero de Cuéllar (Segovia)

Albor, polvo y cándalos, señas de identidad de la salida del encierro campero de Cuéllar, desde los corrales del río Cega.
Son las 8.00 a.m. y el pinar abraza la manada arropada por caballeros. Sobre el enjuto terreno, los morlacos se dirigen a la villa castellana, que tiene el honor de recibirlos, en los encierros más antiguos de España.