El domingo denominado “gordo” se celebra en Navalosa uno de los carnavales
más auténticos de la provincia de Ávila, enmarcado en las mascaradas de
invierno.
Se trata de los Cucurrumachos,
tradición de origen indeterminado que bien podría considerarse un rito de
exaltación ganadera.
La fiesta tiene dos partes bien
diferenciadas, siendo los protagonistas de la mañana los quintos nuevos para
dejar paso por la tarde a los
fantasmagóricos cucurrumachos, quintos viejos de la localidad.
La mañana comienza temprano para
los cinco quintos que en 2015 cumplen su mayoría de edad: Víctor, Jesús,
Daniel, Diego y Miriam. Es su día y van ataviados elegantemente con traje
negro, sombrero, pañuelos bordados, guantes blancos, cintas, escarapelas y un
bastón.
Van recorriendo las angostas
calles de Navalosa, a cuyas casas de granito berroqueño llaman para que los
lugareños amablemente les obsequien con alimentos de todo tipo, sobre todo
huevos, muchos huevos como marca la tradición y donativos pecuniarios. Este año
recaudarán 1.022 €, doscientos euros menos que en 2014.
Los Hoyancanos son generosos y
las viandas, dulces, conservas y bebidas que proporcionan a los engalanados
quintos, se van depositando en las alforjas del burro que les acompaña y darán
buena cuenta de ellas en la comida vecinal que comunalmente degustarán.
Dos lugareños ataviados con mantas acompañan a
los quintos y haciendo sonar los
cencerros que portan en sus cinturas, alertan a los vecinos de su presencia, ante
lo cual, abren las cancelas de sus puertas para agasajar debidamente al
quinteto.
Va transcurriendo la mañana y se
hace una pausa en el bar de la carretera para reponer energía en forma de malta
fermentada. Tras ello, continuamos el camino por senderos que nos conducen a amplias
casas parceladas, donde continúa la dación. Se va acercando la hora de comer, y
un servidor es invitado por el grupo a compartir pábulo. Agradecido, declino el
convite; estoy realmente molido –quizás el madrugón que me he marcado y la
marcha matinal ha hecho estragos- y
necesito descansar.
La tarde nos brinda un festejo
diferente. Es como si participáramos de una tradición completamente nueva. Son
las cuatro y media p.m. y es la hora de los cucurrumachos, vecinos que van
saliendo de garajes y casas disfrazados con máscaras de madera con pelo de
crines y colas de caballo. Son unos seres realmente horripilantes, que portan
mantas pingueras y harapos; apenas se les ve la cara y en la testuz portan una
generosa cornamenta.
Junto a la fuente, bailan al son
de los cencerros que cuelgan de sus cinturas y para hacer honor a sus malévolas
intenciones, lanzan paja a toda persona que está a su alcance.
Entonces, se dirigen a la plaza
del ayuntamiento donde coincidirán con los quintos nuevos. Allí, unos y otros
danzan alrededor del Mayo, no dejando los fantasmales seres de arrojar el heno
a las serranas allí congregadas.
Desde el balcón del ayuntamiento,
se cantan coplas, se narra el ancestral rito
que se interpreta y se informa
del recuento de las donaciones recogidas.
Para finalizar, un par de
disparos simulados dan muerte al vaquilla,
representada por uno de los quintos, quien, tras recibir el plomo, cae
fulminado ante el Mayo.
Muerto el vaquilla empieza el baile amenizado por dulzainas. Los más
viejos del lugar rememoran sus años mozos y esgrimen la mejor de su sonrisa,
añorando aquel tiempo en que ellos fueron los protagonistas de la
historia.
La Sierra de Gredos ha
escenificado la sempiterna lucha entre el bien y el mal y nosotros nos
despedimos de los que han sido nuestros acólitos en esta jornada que siempre
permanecerá en mi memoria.
Extraordinario reportaje, Raúl. Me quedo con las fotos del quinto con la jeta del burro en primer plano, los quintos "escanciando" sus orines y los cucurrumachos repartiendo paja. Por cierto, ¿para cuando las de Mascarávila en Pedro Bernardo?
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