He de reconocer que la primera vez que lo hice me sentí
extraño. Estuve mucho tiempo aguardando ese mágico momento en el que te
enfrentas con la realidad.
No había planeado, ni siquiera imaginado lo que esa noche me
iba a encontrar, y dudaba… ¡cómo no iba a dudar! Era… mi primera vez.
Lo que tenía entre mis manos me provocaba unas sensaciones
muy agradables, mucho más de lo que me habían contado quienes ya lo habían
hecho. Había oído que la simbiosis que se producía era perfecta y que cuando lo
probabas eras incapaz de ya de pensar en otra cosa.
Todo ocurrió en una feria, sí, durante las fiestas de un
pueblo cercano y he de confesar que aquel día me enamoré. Las quince semanas
anteriores fui incapaz de cogerla, de tocarla, pero esa noche me lancé.
Tras
más de treinta años siendo fiel, mis ganas de cambiar y probar cosas nuevas, me
hizo cambiar la percepción que hasta la fecha había tenido de las cámaras réflex,
-único sistema que había utilizado – y esa noche saqué a pasear a mi Fuji
X-100T, cámara sin espejo, y he de decir, que no me defraudó.
He aquí el resultado de haber pecado; espero y deseo que no
sea la última vez.
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