Existen elementos efímeros que con el paso del tiempo se
convierten en permanentes.
Tal es el caso del Arco de ladrillo, una estructura que
consta -según me indica Wikipedia- de 147.276 ladrillos, que no alude al “chino
mártir que los contó ni al delito que cometió para dirimir su pena, pero sin
duda tuvo que ser muy grave-.
El arco fue levantado antes de la llegada del ferrocarril a
la ciudad de Valladolid, sobre el trazado de la vía férrea cercana a la
estación del Norte o Campo Grande, de los trenes que llegan desde Madrid.
Un puente se tiende para acortar distancias o para sortear
montañas, un puente se coge para disfrutar de más días de asueto enlazando
festivos de la jornada laboral y un puente se tiende para acercar posturas
enfrentadas.
Qué razón tenía Isaac Newton cuando dijo que Los hombres construimos demasiados muros y
no suficientes puentes y cuando Bertrand Rusell apuntaba que Lo más difícil de aprender en la vida es qué
puente hay que cruzar y qué puente hay que quemar.
Sin duda, el ser humano no sería ya capaz de vivir sin estas
estructuras que han convivido y seguirán conviviendo con nosotros para siempre.
El puente que hoy centra nuestra atención ha cumplido más de
150 años, -162 para ser exactos- y ahí está, como proclamaba Ana Belén con la “Puerta de Alcalá”.
La imagen corresponde a una fotografía estéreo positiva en
soporte de cristal, de mi colección particular, fechada hacia 1870-1880 y en
ella se aprecia una animada escena con una locomotora en dirección salida de la
estación de Valladolid.
© Fototeca Raúl Barbero
No hay comentarios:
Publicar un comentario