No es habitual disponer de algunas horas libres cuando acudes a una
reunión de trabajo en el extranjero, dado que las agendas se adaptan a los
compromisos laborales pertinentes. El tiempo es oro, y tengo entendido que este
metal precioso se ha convertido en refugio de inversores, alcanzando precios
record. No obstante, y cansado de anteriores viaje relámpago donde sólo conoces
las terminales de los aeropuertos y los hoteles de las ciudades, en éste me
propuse planificarme para poder conocer algo de Amsterdam, ciudad donde está
tomada la foto.
Mi hotel estaba situado en muy cerca de la Estación Central
de Ferrocarril y tenía por delante toda una mañana libre. Me sentía afortunado,
el sol lucía y, plano en mano, me dirigí al centro de la ciudad, intentando
pasar por los lugares más representativos.
La mejor y más saludable forma de conocer verdaderamente un lugar es
mediante su recorrido a pie. Y como no podía ser de otra forma, me acompañaba
mi inseparable cámara de fotos.
Plazas, comercios típicos, el mercado de flores y los afamados
canales, pronto se convirtieron en objetivo de mi cacería gráfica. Al fin y al
cabo, la cámara no deja de ser un arma que tiene la capacidad de inmortalizar a
la personas y cosas que se enfrentan a su objetivo. Reconozco que me apasiona
este tipo de monterías urbanas donde la jauría es sustituida por múltiples lentes convergentes que son
atravesadas por la cálida luz ambiental.
Andaba yo en estos menesteres, cuando me percaté de una escena que me
cautivó. Al volver la vista atrás –hecho recomendable si quieres obtener puntos
de vista distintos-, un hombre trajeado deambulaba por mitad de la ancha calle,
invitándome con su despistado caminar a apuntarle como mi arma. Que ni pintado
estaba el susodicho; parecía salido de un rodaje de Berlanga en mitad de las
vías del tranvía.
Su desfachatez parecía provocar al destino que se acercaba a él, de
forma inexorable, a razón de 30 kms/h: “Pa
chulo yo”.
Desde luego, si hubiera querido componer la escena metódicamente, no
hubiera obtenido un resultado tan brillante como el que el ejecutivo me brindó.
Quizás, quien sabe, esta persona se dirigía a algunos de los Sheraton,
Hilton, Marriott o Hyatt que, con sus lujosas estancias, a la par que frías e
impersonales, han sido en demasiadas ocasiones, la única guarida que he tenido
en mis viajes de negocios.
Amsterdam. Mayo de
2011.