17 de diciembre de 2015

Miguel González García. Un fotógrafo de pueblo.

El pasado mes de Agosto, mientras me encontraba realizando un reportaje fotográfico durante las fiestas patronales de Perales de Tajuña, me resultó extraña la ausencia de Miguel.

Supe de la existencia de Miguel, allá por 2010 y de inmediato mostré interés en saber más de su persona. Preguntando me dieron reseñas de él y de su paradero. No trascurrió ni un mes cuando decidí llamarle por teléfono y exponerle el motivo que me llevaba a conocerle.

Casualmente había conocido una pequeña parte de la obra fotográfica de Miguel en el “Lagar de Nemesio”, restaurante de Perales de Tajuña donde exponen una selección interesante de sus fotos, a la sazón, pueblo natal del fotógrafo, y fue allí donde me cautivó.

Las imágenes que vi, tomadas en la década de los años 50 del siglo XX, mostraban el ambiente rural de la España de la posguerra y trasmitían magistralmente ese sabor popular de unos escenarios que el paso de los años había transformado. En cierto modo, el trabajo de Miguel me recordaba al de Virxilio Viéitez.  

Me habían dado reseñas de Miguel González García, como la de un hombre reservado, y parco en palabras.  A pesar de todo, le llamé y concerté una visita a su casa.

Una mañana de domingo fue el día señalado. En su domicilio se encontraba junto con su mujer, la cual estaba impedida postrada en una cama. En una pared de la misma habitación destacaban los álbumes de fotografía, rigurosamente etiquetados y ordenados en una gran estantería.

Le dije a Miguel que tenía interés en comprarle varias fotografías, las cuales pase a reseñarle, en cuanto a temática, lugares y escenas costumbristas. El aceptó de buen grado y quedamos emplazados días más tarde cuando las tuvieses positivadas.

Pasadas alrededor de un par de semanas, recibí la llamada de Miguel comunicándome que ya tenía el trabajo realizado para que pasara a recogerlo, hecho que hice en cuanto tuve ocasión, estando expectante por poseer unas imágenes que deseaba de forma especial.

Llegado el momento de la entrega de las fotos, tuve una cierta decepción dada la mala calidad de las copias que me entregó; a pesar de haberle comunicado que deseaba unas copias fotográficas obtenidas de sus negativos originales, lo que me entregó fueron unas impresiones malas, positivadas por una impresora casera y obtenidas mediante copia de las fotos y no de los originales. Pero, debido al respeto que me causaba, no le dije nada, abonándole las fotografías al precio que me pidió, sin duda desorbitado.

Aproveché para realizarle varios retratos, a pesar de la reticencia inicial que mostró. Miguel era un tipo especial que seguía disfrutando de la fotografía. Ese mismo día me contó que se había desplazado a Alcalá de Henares con el único fin de pasar el día en la localidad cervantina haciendo fotos con su cámara compacta digital. Sin duda, resultaba anacrónico verle disparar con una tecnología que no hubiera imaginado cincuenta años atrás.

En el salón de su casa, junto con un óleo que reproducía una fotografía suja del tren del Tajuña en la estación de Perales, aparecía una foto enmarcada de su autoría, en la que varias peraleñas saltaban a la comba, regalo que le hizo la Comunidad de Madrid con motivo de su participación en “Madrileños, un álbum colectivo”, proyecto de creación de un archivo fotográfico de la Comunidad de Madrid conformado a partir de las imágenes que conservan los ciudadanos en sus álbumes familiares.

Siempre fui consciente de la importancia del archivo fotográfico de Miguel y así se lo hice saber, brindándome a que colaborar en su conservación mediante la digitalización de sus negativos de 35 mm. El motivo de mi propuesta no era otro que el de poder conservar y dar a conocer la obra de Miguel, la cual algún día tendrá que ser reconocida tal y como se merece.

Miguel, declinó amablemente mi propuesta, sin dar explicación alguna. Aunque pienso que yo le transmitía confianza, la iniciativa que le expuse no se encontraba entre sus prioridades ni sus necesidades. Miguel sí valoraba su obra, pero en cambio, ni se sentía protagonista de su propia obra, ni quería serlo. Síntoma de esta personalidad humilde y reservada, fue las palabras que me dirigió tres años más tarde, cuando quise realizarle una entrevista en video centrada en su trabajo fotográfico: “Raúl, no quiero dejar ninguna huella ni impronta  de mi paso por esta vida”.

La ausencia física de Miguel en las fiestas de 2015 de su pueblo me hizo preguntar por él y fue en ese momento cuando me comunicaron que el pasado invierno había fallecido. Debía contar con alrededor de 91 años, quizás 92.


Todavía me viene a la memoria su figura apostado en la puerta de su casa de la calle de Enmedio, esperando, cámara en mano, la carroza que porta la Virgen del Castillo, que procesionando, hace un alto en su camino para rendir un pequeño homenaje a la persona que tantas veces la inmortalizó.

Miguel González García. Perales de Tajuña.   Foto: ©  Raúl Barbero  Octubre 2010

Niños jugando delante de la ermita de San Sebastián. Perales de Tajuña (Madrid).
Foto: Miguel González García. 

Tren del Tajuña en la estación de Perales de Tajuña. Foto: Miguel González García.
 Miguel González García. Perales de Tajuña.   Foto: ©  Raúl Barbero
Vista de cuevas habitadas en Perales de Tajuña.  Foto: Miguel González García.

Vista de calle en Perales de Tajuña.  Foto: Miguel González García.

Calle de Enmedio. Perales de Tajuña.  Foto: Miguel González García.

Trillando en la era. Perales de Tajuña.  Foto: Miguel González García.

Ermita de San Isidro. Perales de Tajuña.  Foto: Miguel González García.

El tren del tajuña a su paso por el risco de las cuevas. Perales de Tajuña.
 Foto: Miguel González García.
Miguel González Garcia junto a Raúl Barbero. Perales de Tajuña.
Foto: Fco. Javier Zamorano. 15/8/2014

 Miguel González García. Perales de Tajuña. Foto: Raúl Barbero  15/8/2014

Miguel González García junto con la carroza de la Virgen del Castillo. Perales de Tajuña. Foto: Raúl Barbero  15/8/2014

5 de noviembre de 2015

Juan Manuel Castro Prieto, Premio nacional de Fotografía 2015


Me alegra enormemente el galardón que le acaban de conceder a Juan Manuel. 
Nos conocimos personalmente hace algunos años, durante la presentación en "La Fábrica" de un libro de fotografía y tras una breve charla me invitó a acudir a los encuentros fotográficos que por aquel entonces empezó a organizar en su estudio taller cercano a la Gran Vía madrileña: Auth’ Spirit, a los cuales he asistido con asiduidad.
Por estos encuentros han pasado lo mejores autores de la fotografía española, y nos han deleitado con su buen hacer, sus experiencias y con la proyección de sus trabajos.
Juan Manuel es un tipo afable, cercano y humilde, que huye de cualquier protagonismo, aunque hoy, no se librará de él.
Gracias Juan Manuel por toda tu obra y por la generosidad de abrirnos las puertas de tu estudio. ¡Enhorabuena maestro!


29 de octubre de 2015

Paralelismos III

Nueva imagen de la serie parecidos razonables.

© Josef Koudelka, Ireland, 1976


©  Raúl Barbero. Cucurrumachos de Navalosa (Ávila). 2015

23 de octubre de 2015

Paralelismos II


Añado una nueva foto a la serie de parecidos razonables. Podéis ver la anterior entrada en:  http://elarrabaldelaimagen.blogspot.com.es/2012/12/paralelismos.html

En este caso se trata de una fotografía en color del maestro Robert Capa, tomada en 1951 y de una imagen mía tomada en Gandía allá por 2008.

© Robert Capa. "Mujer tomado el sol en la playa de Biarritz " 1951

© Raúl Barbero. Mujer tomando el sol en la playa de Gandía. 2008


1 de julio de 2015

LA ÉPOCA OSCURA. A quien corresponda o la irremediable necedad del ser humano.

Un ciudadano se manifiesta contra la denominada "Ley Mordaza". Madrid. 30 Junio 2015

Cuando se produce un desastre natural como un terremoto o una inundación, ¿imaginas cual es el bien más valorado por las personas que pierden su hogar en esa catástrofe?

Es el álbum de fotos familiar. Sí, y tanto es así, que vuelven al lugar de la tragedia en su incesante búsqueda.

 Las fotografías forman parte de nuestra vida y ver imágenes del pasado nos hace revivir momentos felices, divertidos, y nos transporta a un pasado cercano que nos inunda de sentimientos y emociones. En definitiva, la fotografía tiene el poderoso don de hacernos  revivir una época que ya no volverá. De ahí el elevado valor –y merecido- que le otorgamos a las imágenes.

Hacemos más fotografías que nunca. Ya en 2011 se decía que en dos minutos se hacían más fotografías que en todo el siglo XIX. Es lo que nos ha legado la revolución digital, pero…. no todo son parabienes.

Si no ponemos remedio, dos hechos convertirán las primeras décadas del siglo XXI en LA ÉPOCA OSCURA.

El primero de ellos concierne a nuestros hábitos y es la no conversión de nuestras imágenes digitales en soportes físicos como es la fotografía positivada en papel.

Sí o sí todo archivo digital se perderá pasado el tiempo y no perdurará ni podremos legarlo a nuestros hijos.

Dicen que hay dos clases de discos duros (sí, esos dispositivos donde almacenamos nuestros archivos digitales): los que se han roto y los que se van a romper. Siento comunicar esta mala noticia,  pero el futuro no es alentador. Por muchas copias de seguridad que tengamos, nada ni nadie nos asegura la perdurabilidad de las imágenes digitales o la compatibilidad con los futuros dispositivos de lectura (¿o acaso dispones ahora de un ordenador de sea capaz de leer la información almacenada en los clásicos y populares diskettes de antaño?).

 Pero, parémonos un momento a pensar… ¿qué pasa con las fotografías de nuestros padres, abuelos y bisabuelos? Que las disfrutamos a día de hoy, por el simple hecho de estar en un soporte físico – y no digital- llamado papel.

Me gusta la fotografía antigua y de hecho colecciono fotografía española del XIX e inicios del XX  como daguerrotipos, ferrotipos, albúminas, gelatino-bromuros, en diversos soportes como cristal, acetato, papel, etc.. y disfruto de ellas tras más de 130 años de existencia, y… ahí están, como la Puerta de Alcalá. ¿Podremos decir lo mismo nuestros nietos de las fotos que hoy hacemos? Mucho me temo que no, salvo que las positivemos en papel o en algún soporte físico.

El segundo de los hechos que convertirán a nuestra época en oscura, son las incomprensibles normativas y leyes que nos prohíben realizar determinadas tipos de fotos.

Hoy entra en vigor la denominada Ley Mordaza y uno de los aspectos más controvertidos es la prohibición de publicar fotografías a las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado “cuando pongan en peligro la seguridad personal o familiar de los agentes, de las instalaciones protegidas o en riesgo el éxito de una operación”, o lo que es lo mismo, en mi opinión, se deja a criterio del policía fotografiado la interpretación de una ambigua norma, que ha denunciado Amnistía Internacional: “Captar imágenes de la policía, ya lo hicieran periodistas u otras personas con cámaras o teléfonos móviles, ha ayudado en ocasiones a difundir información sobre el uso excesivo de la fuerza por parte de la policía”, y eso “no gusta a determinados estamentos”.

Otro ejemplo de norma que no se entiende es la prohibición de publicar fotografías  de edificios públicos y  algún paisaje que se rigen por derechos de autor y copyright.

Si te vas a París con tu pareja y os hacéis un selfie con el fondo de la torre de la torre Eiffel de noche, ni se te ocurra publicarla en facebook o en alguna red social, bajo el riesgo de que te multen por infringir la ley que protege el especial iluminado de este emblemático lugar.

¿Una foto de Notre Dame o el Louvre?  No lo hagas, no piensen que te vas a lucrar con ella y ¡zas!, sanción al canto.

Y ¿qué me dices de los suntuosos hoteles de Las Vegas? Pues que tienen su imagen licenciada bajo derechos contra uso comercial. Y lo mismo ocurre con  el Uluru, la famosa roca gigante de arenisca que caracteriza a Australia, el cual es lugar protegido por derechos contra uso comercial.

Podríamos seguir enumerando los lugares donde nos impiden ejercer el noble y lícito arte de la fotografía como Museos, cementerios, e incluso determinados chefs prohíben hacer fotos a los platos en sus restaurantes.

Otro “simpático aspecto” surgido de la mente de algún bienpensante  es la necesidad de disponer de autorización de las personas que sean identificables en una fotografía que has tomado en plena calle, y que utilices, por ejemplo para presentar a un concurso.

¿Te imaginas practicar la street photography, tan en boga hoy en día, y tras cada toma dirigirte al susodicho que acabas de conservar en bits pidiéndole que te firme un documento que te autorice a utilizar la foto donde él aparece? Yo desde luego, no estoy dispuesto a ello.

Hace no mucho leía que “lo maravilloso y preciado de toda esta documentación que se ha generado en los últimos 160 años de toma de fotografías, nos dice quienes y como hemos sido, de dónde venimos y como ha sido el mundo en todo sus detalles visuales”. De seguir con estas prácticas restrictivas a la toma de imágenes, no podrán decir lo mismo las generaciones venideras, a las cuales, por activa o por pasiva, se les está limitando su derecho a conocer su pasado, es decir, nuestro presente.
Las sociedades se han ido forjando culturalmente a golpe de click y espero y deseo que así siga siendo.

Así que, esas fotos que tienes almacenadas en la tarjeta de memoria de tu cámara digital, en un disco duro o en la micro sd de tu móvil, por el bien de tus preciados recuerdos, positívalas, y con ellas crea y conforma tu Álbum de Fotos familiar, antes de que sea demasiado tarde. No dejes que se borre la memoria de tus vivencias.


5 de mayo de 2015

Cucurrumachos de Navalosa (Ávila)

El domingo denominado “gordo”  se celebra en Navalosa uno de los carnavales más auténticos de la provincia de Ávila, enmarcado en las mascaradas de invierno.

Se trata de los Cucurrumachos, tradición de origen indeterminado que bien podría considerarse un rito de exaltación ganadera.

La fiesta tiene dos partes bien diferenciadas, siendo los protagonistas de la mañana los quintos nuevos para dejar paso  por la tarde a los fantasmagóricos cucurrumachos, quintos viejos de la localidad.

La mañana comienza temprano para los cinco quintos que en 2015 cumplen su mayoría de edad: Víctor, Jesús, Daniel, Diego y Miriam. Es su día y van ataviados elegantemente con traje negro, sombrero, pañuelos bordados, guantes blancos, cintas, escarapelas y un bastón.

Van recorriendo las angostas calles de Navalosa, a cuyas casas de granito berroqueño llaman para que los lugareños amablemente les obsequien con alimentos de todo tipo, sobre todo huevos, muchos huevos como marca la tradición y donativos pecuniarios. Este año recaudarán 1.022 €, doscientos euros menos que en 2014.

Los Hoyancanos son generosos y las viandas, dulces, conservas y bebidas que proporcionan a los engalanados quintos, se van depositando en las alforjas del burro que les acompaña y darán buena cuenta de ellas en la comida vecinal que comunalmente degustarán.  

 Dos lugareños ataviados con mantas acompañan a los quintos y haciendo  sonar los cencerros que portan en sus cinturas, alertan a los vecinos de su presencia, ante lo cual, abren las cancelas de sus puertas para agasajar debidamente al quinteto.

Va transcurriendo la mañana y se hace una pausa en el bar de la carretera para reponer energía en forma de malta fermentada. Tras ello, continuamos el camino por senderos que nos conducen a amplias casas parceladas, donde continúa la dación. Se va acercando la hora de comer, y un servidor es invitado por el grupo a compartir pábulo. Agradecido, declino el convite; estoy realmente molido –quizás el madrugón que me he marcado y la marcha matinal  ha hecho estragos- y necesito descansar.

La tarde nos brinda un festejo diferente. Es como si participáramos de una tradición completamente nueva. Son las cuatro y media p.m. y es la hora de los cucurrumachos, vecinos que van saliendo de garajes y casas disfrazados con máscaras de madera con pelo de crines y colas de caballo. Son unos seres realmente horripilantes, que portan mantas pingueras y harapos; apenas se les ve la cara y en la testuz portan una generosa cornamenta.

Junto a la fuente, bailan al son de los cencerros que cuelgan de sus cinturas y para hacer honor a sus malévolas intenciones, lanzan paja a toda persona que está a su alcance.

Entonces, se dirigen a la plaza del ayuntamiento donde coincidirán con los quintos nuevos. Allí, unos y otros danzan alrededor del Mayo, no dejando los fantasmales seres de arrojar el heno a las serranas allí congregadas.  

Desde el balcón del ayuntamiento, se cantan coplas, se narra el ancestral rito  que se interpreta  y se informa del recuento de las donaciones recogidas.

Para finalizar, un par de disparos simulados dan muerte al vaquilla, representada por uno de los quintos, quien, tras recibir el plomo, cae fulminado ante el Mayo.

Muerto el vaquilla empieza el baile amenizado por dulzainas. Los más viejos del lugar rememoran sus años mozos y esgrimen la mejor de su sonrisa, añorando aquel tiempo  en que ellos fueron los protagonistas de la historia.


La Sierra de Gredos ha escenificado la sempiterna lucha entre el bien y el mal y nosotros nos despedimos de los que han sido nuestros acólitos en esta jornada que siempre permanecerá en mi memoria.