Descontextualizando la foto que están viendo, podría asemejarse a la imagen del famoso toro de Osborne, todo un icono “typical spanish”. Observándola detenidamente parece que el morlaco posa para nosotros, como si su alter ego quisiera pasar a la posteridad, un deseo narcisista incompatible con su naturaleza animal.
Pero su mano izquierda flexionada nos indica que el pose no es tal, y su trote nos hace pensar que recorre el albero en busca de una salida que pronto encontrará, aunque él lo ignore. Acaba de pisar el ruedo tras recorrer un sombrío callejón. Tras él, ve la luz de la meseta castellana; acaba de superar el portón de los miedos, de los miedos ajenos. Y el lo desconoce.
Altivo y enaltecido se muestra ante un público que lo venera. Su porte encandila, sus hechuras son motivo de una espontánea ovación del respetable. Tras dos vueltas al ruedo inspeccionándolo, se apercibe de un torero, pero no de luces, un torero a cuerpo limpio, un torero con la única defensa que le proporciona el recorte en los medios, midiendo también las distancias como sus hermanos de luces.
Estamos en Iscar (Valladolid), en la semifinal de la Liga de Corte Puro a finales de Julio y aprieta el calor. Dos valientes se enfrentan cuerpo a cuerpo, pero él no lo sabe. Sólo responde al estímulo de la provocación que intencionadamente le realizan a cuerpo limpio.